Bases biológicas de la violencia
Ángel Ponce de León
En el crimen, culmen de las conductas violentas, hay factores determinantes, condicionantes, endógenos y exógenos, hereditarios, congénitos y adquiridos
Algunas consideraciones históricas
Las pasiones, responsables finales de los actos desenfrenados, han sido localizadas desde siempre en las vísceras. El corazón con preferencia a las demás, pero también el bazo, el hígado, el páncreas, han participado de este curioso privilegio de posesión.
La etnia Dgom, ubicada en la costa occidental de África, concibe el bazo como sede de las emociones reprimidas; el páncreas es el asentamiento del arte adivinatorio, de las intuiciones y de las premoniciones y el hígado es el reposo de las alegrías y el humor. La palabra recorre estos caminos hasta el cerebro, cargándose de imágenes mentales y sentimientos al pasar por las clavículas y asoma por la boca.
La primera interpretación con visos de ciencia que aparece en la historia de la cultura occidental es la de Aristóteles. Para el Estagirita el corazón es el asiento de las pasiones, siendo el cerebro su refrigerador. La víscera cardiaca calienta la sangre y las imágenes mentales. Es curioso cómo se atisbaban las funcionalidades del cerebro hoy aceptadas por la comunidad científica.
Para Descartes es la glándula pineal la sede de la emoción, glándula que repica al ser sacudida por los estados espirituales animaloides, que a su vez entran en movimiento con mayor o menor celeridad cuando su poseedor se halla dominado por un afecto intenso.
Para la ciencia de los siglos XVIII y XIX la vida psíquica queda confinada en el sistema nervioso, y en especial, en esa fina capa de células que es la corteza cerebral. La Frenología sitúa toda la vida emocional en la arquitectura cerebral; sin embargo, las investigaciones sobre la localización de las funciones cerebrales hechas por neurocirujanos afirman que la corteza cerebral es asiento de aptitudes generales y no específicas, pues se pueden estimular y anular mediante impulsos eléctricos todas las zonas de la corteza sin que el sujeto experimente la menor emoción o cambio apreciable en su estado de ánimo.
Se concluye pues que la vida emocional debe tener asiento anatómico en zonas profundas del cerebro. Así, Cannon la localiza en el tálamo, pero pronto Papez debilita esa teoría formulando la suya propia describiendo el llamado circuito que lleva su nombre, en el que están implicadas estructuras límbicas.
En palabras de Breuer, si la psicología ha sido considerada como la geografía de la superficie espiritual, el psicoanálisis es psicología de la profundidad. Es el intento de los no biólogos de aproximarse a la captura de los elementos patógenos que afectan al alma, pues no basta con la mera comprensión del fenómeno psíquico, y en especial del fenómeno de la conducta violenta, sino que hay que explicar, de-mostrar, en la medida de lo posible, el qué y el cómo de la perversión.
En el crimen, culmen de las conductas violentas, hay factores determinantes, condicionantes, endógenos y exógenos, hereditarios, congénitos y adquiridos.
Basset emitió la teoría de la diencefalosis criminógena, en sintonía con los resultados de las experiencias que imputan a la región basal hipotalámica, en conexión con áreas prefrontales, las acciones amorales o criminales.
Pero los resultados más concluyentes, hasta mediados los años setenta, proceden de las experiencias de los neurofisiólogos. Bard estudia en gatos descerebrados pero con los núcleos hipotalámicos llamados núcleos rojos intactos un singular aspecto emotivo que llamó Shamrage; consistía en un estado de cólera difusa, ciega, implacable. Sugería que al faltar el control, la modulación cortical, el estallido de la emoción se hacía evidente.
El español Rodríguez Delgado, primero en Zürich y luego en Yale, es un pionero de estas investigaciones, coetáneo de un ilustre fisiólogo en la Facultad de Medicina de Madrid, el doctor Gallego, profesor que fue nuestro en los años setenta.
Neurotransmisores
Se denominan así a las sustancias que ejercen alguna acción en áreas circunscritas o no del sistema nervioso, actuando sobre espacios químicos singulares que se llaman receptores. Es precisamente en el campo de los receptores donde más intensamente se viene trabajando en la última década, además de la investigación con técnicas no invasivas, como son las derivadas de la topografía axial computerizada (TAC), con emisión de positrones (PET) o con emisión de fotones (TCEF).
Actúan como neurotransmisores sustancias endógenas y también de síntesis, como son la mayoría de los psicofármacos. La experiencia común conoce de los efectos singulares de la administración de sustancias ajenas al organismo o de la potenciación de efectos sobre los estados de ánimo, como lo hacen el alcohol o la mescalina (el hígado de algunos mamíferos puede sintetizar esta sustancia).
Algunas sustancias neurotransmisores, más conocidas como mediadores de la conducta, son las llamadas catecolaminas, descritas por Cannon en 1915 como las hormonas intervinientes en el Síndrome General de Adaptación.
Hoy se conocen muchas sustancias de carácter hormonal y se acepta su intervención en numerosos procesos de conducta.
Un muy alto porcentaje de trastornos psiquiátricos están relacionados con aspectos genéticos. En estos días sabemos de la descripción del código genético humano realizada por una empresa americana. A partir de ahí, en pocas decenas de años podremos controlar las alteraciones psíquicas con más precisión que ahora.
Fracciones de hormonas o precursores de ellas han sido aisladas y hoy se conocen muy bien sus acciones, un amplio abanico de funciones cerebrales implicadas en conductas claramente emocionales.
Estos precursores son llamados neuropéptidos; están relacionados, entre otras, con funciones como la nutritiva, los estados de ánimo y algunos trastornos mentales. Tal es el caso de la colecistocinina, que, descubierta en 1975, estimuló el estudio de sus acciones en el cerebro en varios niveles, interesándonos aquí su función como antagonista de las llamadas opiopeptinas, más conocidas como endorfinas, y su intervención en los mecanismos desencadenantes de la ansiedad y modulador de la memoria. Está bien demostrado que el bloqueo o la facilitación de la presencia de colecistoquinina produce respuestas ansiolíticas (tranquilizadores) o ansiógenas respectivamente.
Las endorfinas participan en las conductas autolesivas y son antagonizadas por sustancias como la naltrexona, coadyuvantes en los tratamientos de desintoxicación alcohólica u otras drogas.
Una endorfina singular, la dinorfina, induce desincronización electroencefalográfica, descargas bioeléctricas y conductas convulsivógenas.
El neuropéptido NPY fue descubierto en 1982, muy similar al pancreático. Se halla en altas concentraciones en el hipotálamo y sistema límbico y parece regular respuestas de estrés, conducta sexual y actividad psicomotriz entre otras.
La acetilcolina y sus agentes estimuladores, fisostigmina y arecolina, reducen los estados de manía y aumentan la letargia, mientras que los antagonistas de la acetilcolina producen euforia, agitación psicomotora, alucinaciones e ideación paranoide, con delirio en algunos casos.
El tabaco, no siendo reconocido como neurotransmisor propiamente dicho, reduce algunos síntomas depresivos porque actúa sobre los llamados circuitos de recompensa en el sistema límbico e hipotálamo.
Alteraciones funcionales cerebrales
La mayoría de los autores parecen estar de acuerdo en que el lóbulo frontal tiene que ver con la toma de decisiones.
El cuerpo calloso, gran puente de unión interhemisférica, debe estar intacto o de lo contrario hay lo que se llama predominancia hemisférica, que consiste en una respuesta por lo general exagerada, falta de modulación. Los resultados de muchas experiencias avalan esta afirmación. Una actividad reducida en las fibras del cuerpo calloso permite que el hemisferio de-recho, implicado en la génesis de las emociones negativas, actúe sin el control del hemisferio izquierdo, que tiende a inhibir el exceso de negatividad.
En los años 90 los estudios de neuroimagen habían puesto de manifiesto que los comportamientos violentos estaban relacionados con el mal funcionamiento de porciones de los lóbulos frontal y temporal (Damasio 1994 y Grisolía 1997). En las zonas subcorticales se había de-mostrado que la amígdala y el hipocampo y zonas hipotalámicas podrían estar implicadas en los mecanismos neurobiológicos de la agresión.
Parece que los agresores sexuales presentan más alteraciones en los lóbulos temporales, mientras que las deficiencias metabólicas de glucosa en el lóbulo central parecen estar relacionadas con actos impulsivos de corte agresivo.
El flujo frontal se ve reducido en alcohólicos con trastornos de personalidad de carácter agresivo.
Parece suficientemente demostrado que el funcionamiento de áreas cerebrales identificadas está relacionado con las conductas violentas en exceso; sin embargo no queda definitivamente aclarado el por qué de las diferencias entre el criminal frío y el pasional.
Los estudios realizados hasta el momento indican un bajo nivel de actividad prefrontal en los asesinos afectivos, mientras que los planificadores presentan nula o poca variación de actividad con las personas no asesinas. Sin embargo, ambos grupos de asesinos, depredadores y afectivos, presentan muy altas tasas de actividad en las zonas subcorticales, de la amígdala, el hipocampo y el subtálamo, que, en definitiva, son estructuras más primitivas que la corteza, productoras de impulsos libres de modulación, e implicadas en el aprendizaje, la memoria y la atención.
Se ha visto que las lesiones en áreas prefrontales se traducen en comportamientos arriesgados, irresponsables, transgresores de las normas, con predisposición clara a los actos violentos.
La personalidad de los afectados en el frontal se ve afectada en el plano de la madurez, hay falta de tacto en la evaluación de las conveniencias sociales y predisposición a la respuesta desproporcionada. Hay una pérdida de la flexibilidad intelectual y de la capacidad de razonar a partir de la elaboración de
la información verbal.
Hay una especie singular de individuos violentos, el psicópata, que ejerce de manera instrumental, depredadora y a sangre fría.
Estos sujetos parecen no codificar adecuadamente los mensajes emocionales emitidos a través de lenguaje.
El enfado, la rabia, la ira, son estados del ánimo desencadenados por la percepción sensoperceptiva. Algo que nos viene de fuera es analizado como potencialmente lesivo y tendemos a neutralizarlo, rechazarlo o destruirlo.
El psicópata no se para a elaborar los contenidos neutros o significativamente emocionales del lenguaje; responde disparando siempre.
El terrorismo juvenil es mucho más producto del aprendizaje social, mientras que la violencia cargada de odio del racista, forofo deportivo, fundamentalista, en suma, se configura como un híbrido de:
a) Sobrecompensaciones de conflictos íntimos reconocidos o no que ponen en marcha mecanismos de defensa aberrantes.
b) Aprendizaje motivado por la necesidad de destruir aquello.
c) Circunstancias buscadas y encontradas en un círculo de pulsión-compulsión.
Consideraciones finales
El Profesor Grisolía explicaba en Valencia hace apenas unos meses que una persona es más peligrosa con una pistola en la mano. Asimismo, un niño criado en Palestina tiene más probabilidades de incorporarse a un grupo terrorista que otro criado en cualquier otra parte del mundo, pero si éste ha sufrido maltrato o la acción de factores nocivos durante el embarazo o en el ambiente perinatal que hayan desarrollado trastornos neurológicos, puede llegar a ser más violento que el palestino, pero aún así lo será de forma distinta.
Asistimos asombrados a la aventura de los gemelos Htoo, tailandeses de 12 años de edad, que comandan una guerrilla con una capacidad mortífera poco explicable en nuestro entorno.
Nosotros mismos hemos vivido la impúdica violencia de los adolescentes salvadoreños en la guerrilla, carne arrasada por el odio, patrimonio inoculado
por el adulto.
Cada vez nos asombra menos la noticia del homicidio de niños a manos de otros niños y echamos la culpa a la posesión de armas por parte de los padres. Cada vez nos acostumbramos más a encontrar como normal por ser estadísticamente abundante, el comportamiento violento de baja intensidad que invade los espacios de tolerancia social.
Los jueces exigen de los médicos definiciones precisas de los límites de la
enfermedad-normalidad, pero reclaman para sí la exclusividad de la interpretación de la realidad social y su sanción.
¿Estamos ante un conflicto de competencias?
Información ofrecida por la Asociación Cultural Nueva Acrópolis - Málaga