Egoísmo-Egocentrismo
Delia Steinberg Guzmán
Directora Internacional de Nueva Acrópolis
Muchas veces hemos encontrado referencias a los peligros del egoísmo, relacionándolo en oportunidades con los peligros del egocentrismo. En un artículo del Prof. Livraga titulado ?Qué es la mística??, decía: ?El egoísmo y su sombra exotérica, el egocentrismo, son grandes piedras en el camino de la realización física, psíquica, mental y espiritual?.
Entendemos, pues, que tanto uno como otro resultan nocivos. Pero queremos abundar en la diferencia que existe entre ambos conceptos.
¿Por qué el egocentrismo es la sombra exotérica del egoísmo?. Porque el egoísmo tiene raíces más profundas y nefastas, mientras que el egocentrismo es solamente su reflejo visible.
Egocentrismo es sentirse el centro del mundo y de los acontecimientos. Es querer ser el más importante, el centro de la atención de los demás.
El egocentrismo es, dentro de lo que cabe, una actitud ?natural? si calificamos de natural todo lo que nos reduce a las mínimas expresiones del impulso y del instinto. Es, sin embargo, una actitud propia del hombre que difícilmente encontramos entre los animales. El animal vive su condición con verdadera naturalidad, es decir, que se protege a sí mismo, a sus crías y se defiende de otros animales y de los seres humanos en cuanto presiente que hay peligro en ellos.
Extrañamente, el contacto con los humanos ?contagia? a los animales domésticos y vemos aparecer en ellos esa necesidad de acaparar miradas y caricias, de atraer a sus amos en exclusividad. En consecuencia, junto al egocentrismo nacen los celos.
Desde sus primeros meses de vida, el niño exige la atención de sus padres, especialmente de su madre. Tiene sus formas especiales de hacerlo y es festejado en sus gestos, como si a los adultos les causara gracia verse reproducidos en ese ser tan pequeño.
Más adelante, y a medida que crece, el niño y el joven piden ser el centro en su casa, entre sus amigos, en la escuela, allí donde estén. El egocentrismo se va convirtiendo en una forma de autoafirmación. Y más tarde todavía se transforma en una malentendida forma de amor. Sentirse amado es saberse el eje de la existencia de otra persona. Nace, en consecuencia, el anti-amor: el egoísmo.
Egoísmo es sentirse, no sólo el centro, sino el único en el mundo. Se sabe que existen otros seres, pero es como si no existiesen. En este caso se aplica cabalmente la parábola de las grullas que cuenta Platón en sus Diálogos. Después de mucho reflexionar, reunidas las grullas en grave conciliábulo, llegaron a la conclusión de que el mundo estaba dividido en dos grandes partes: las grullas y las ?no grullas?. Lo mismo sucede con el hombre egoísta: para él, la división del mundo es clara: él mismo, que es el único importante, y los demás que son una oscura sombra del ?no-yo?.
El egoísta no desconoce la pluralidad de la vida; simplemente no le interesa, no le preocupa lo que pueda suceder con los demás mientras él esté satisfecho. Es egocéntrico, sí, pero además desprecia al resto de los seres. Ya no le basta con saberse el centro de la atención sino que no valora la atención de los otros, completamente absorbido por ese amor degenerado que se profesa a sí mismo.
Los celos del egocéntrico se suman a la incapacidad de amar del egoísta. En el citado artículo el Prof. Livraga decía: ?Amor es dación, y por ende, dación es Amor?. ¿Cómo lograr, entonces, esa otra meta humana de la convivencia?
No hay convivencia posible cuando falta la generosidad del amor y cuando prevalece el sentimiento absorbente del que se considera único en el mundo.
Para convivir hay que ensanchar la conciencia y dar cabida a todos los seres vivos, entender la Vida en todas las cosas y concebir la infinitud del Universo. Hay que conocer y valorar todo lo que Es. Hay que salir de la cárcel de la propia personalidad y tener el valor de compartir lo que somos con todos los que son.
Sin disculpar el egocentrismo, pero entendiéndolo como una etapa de afirmación primaria e infantil, debemos rechazar su negra raíz del egoísmo que nos impide todo avance en nuestra evolución espiritual. Nadie puede lograr su realización si desprecia la realización de los otros. Nadie alcanza la liberación si antes no se libera del egoísmo que le impide amar y ayudar a los demás. No hay Nirvana para los egoístas.
Y terminamos estas escuetas reflexiones citando nuevamente palabras del Prof. Livraga:
?Nadie tan cobarde como el egoísta.
Nadie tampoco tan cruel.
Nadie tan fuerte y prepotente en el triunfo.
Nadie tan débil en el fracaso?.
Información ofrecida por la Asociación Cultural Nueva Acrópolis - Málaga