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Fiestas sagradas en la Antigua Roma


A.Cotignola

Los ritmos del tiempo

En ningún otro lugar como en Roma se advirtió lo indispensable que era esta dimensión cósmica en relación a la actividad humana. Los romanos distinguieron cuidadosamente el tiempo de la naturaleza, que existe fuera del hombre, que es infinito y sobre el cual no tiene poder, y dentro de éste el tiempo de la historia, tiempo de las acciones humanas.

El tiempo nace y vive con el hombre. Gracias a él nuestra identidad permanece firme y nos identificamos con nosotros mismos. Es un gran regalo, un amigo valioso y consolador. Mitiga los dolores y las pasiones, serena, da conocimiento y sabiduría. La Verdad, como dice un viejo refrán, es hija del tiempo.

También es un gran enemigo, perseguidor implacable. Cronos continúa amenazando desde la noche del tiempo, y nunca existirá un Zeus capaz de vencerlo completamente y por siempre.

Si bien no tememos el tiempo cíclico, el que enmarca las grandes festividades del almanaque, el del eterno retorno, tememos sin embargo al tiempo histórico, el lineal, el que por su propia naturaleza tiene una finalidad. Como antídoto, es natural que pensemos en un tiempo de tres dimensiones: la del comienzo, la del presente y la de siempre.

El único modo de entender el Tiempo es de una manera cíclica y causal. Nuestra ignorancia y miedo nos hace ver el desarrollo del tiempo de forma lineal. Debido a nuestra incapacidad, no seguimos la curvatura del tiempo ni la del espacio. Pero dicha curvatura es la cualidad que los vuelve infinitos y eternos.

Las palabras referidas al tiempo (días, semanas, meses, años) indican un ciclo natural, pero siempre se refieren a la posibilidad de que el tiempo se pueda introducir en las acciones humanas. Ese introducirse se expresa con el término tempus que muestra una clara intención de dividir la duración y define un momento favorable para actuar: tempus est o intempestus denota un momento en el cual la acción parece imposible; el miedo de la noche, su periodo más tenebroso. El periodo del entumecimiento y del sueño profundo se llama nox itempesta, pues no es el tiempo para una normal actividad, puesto que la gente honesta duerme.

Aclaramos un concepto: el dominio del dios Jano se extiende a los momentos del tiempo donde no hay acción humana: en la mañana, cuando abre las puertas del cielo para hacer penetrar el sol; al principio de cada mes cuando Juno vela el nacimiento de la luna nueva y protege el parto de las mujeres, y al amanecer del Nuevo Año en las Calendas de enero. En la lógica del pensamiento romano, una de las funciones naturales y principales de este dios era la regulación del tiempo y la custodia de su dimensión celeste. En realidad, Jano es el dueño absoluto de la duración. Es un dios que vela y protege el tiempo que los hombres viven. Es el dios que cuida cada acción que empieza, el dios de los inicios y junto a Juno vela el comienzo de la vida y abre el camino de la semilla humana.

La división de la serpiente

Jano fue en la época mítica de los ancestros romanos el primer rey del Lazio, el rey de la Edad de Oro cuando los hombres y los dioses vivían juntos y felices. Este dios de la doble cara gracias a la ambivalencia en sus funciones, figuraba en la más antigua moneda romana: el axe de bronce del siglo IV a.C., que indica la importancia del tiempo en la psicología colectiva del pueblo romano.
Imaginemos una serpiente circular que muerde su propia cola. Este es el símbolo del año que perpetuamente se renueva comiéndose su propia cola, o sea, el año viejo. Su forma circular está implícita en la etimología del nombre latino annus. Como dice Gaio Ateio Capitone, los antiguos romanos usaban la partícula an en el sentido de circum, «alrededor». De an deriva también el arcaico annus, que significa «círculo» y annulus, «anillo».

Annus es el anillo del tiempo, el movimiento circular del tiempo mismo.
En Roma se llegó a la fecha del 1 de enero paulatinamente. En la Roma arcaica, en el almanaque de Rómulo, el Año Nuevo empezaba en primavera, en el mes de marzo, dedicado al dios Mars, padre de los fundadores de la ciudad.

El almanaque Prisco tenía una particularidad, constaba de diez meses (faltaban enero y febrero, que se incluyeron después).

Los nombres del almanaque Hodierno, que repite el romano reformado por Julio César, ratificaron esta falta: septiembre, octubre, noviembre y diciembre no corresponden etimológicamente a su colocación dado que no son el 7º, 8º, 9º 10º mes, sino el 9º, 10º, 11º y 12º.

Hasta finales del siglo XIX esta división del año aparentemente insólita y sobre
todo su origen y función, fueron una incógnita. En el año 1903 aparece una interesante hipótesis en un tratado publicado en la India, La morada ártica de los Vedas. Su autor, Bal Ganghabar Tilak (1856-1920), era un investigador interesado en la Astronomía, la Paleontología, la Filología Comparada y las Matemáticas. Estudiando los Vedas y comparándolos con los descubrimientos científicos modernos, demostró que la morada ancestral de los antiguos vedas, así como de los iranios y europeos tenía que situarse en algún lugar cerca del norte. Una de las pruebas de la tesis de Tilak se refiere al almanaque. Se deduce que los antiguos textos védicos cuentan que en la época arcaica los sacrificios anuales se efectuaban en los diez meses de luz; el tiempo se dividía en dos meses en los cuales el sol no aparecía y ocho meses de duración variable en los cuales día y noche se alteraban. Los otros dos meses eran la larga noche de las regiones árticas, regiones desde donde llegaron nuestros antepasados, según esta hipótesis.

Las saturnalia
En la época de la Roma imperial las Saturnalia se festejaban entre el 17 y el 23 de diciembre.

El primer día se nombraba en cada comunidad un rex saturnaliorum (el rey de las fiestas) que reinaba una semana. Se organizaban banquetes, juegos de azar prohibidos todo el año y bailes que a veces terminaban en orgías; los roles se invertían y los esclavos podían burlarse de sus dueños y hacerse atender a la mesa. Lo mismo sucedía en las guarniciones; los soldados sorteaban el rex, se le daban las insignias de su cargo y con su séquito salían juntos practicando toda especie de libertinaje.

Después de algunos días mataban al rey (elegido previamente entre los condenados a muerte) y todo volvía a la normalidad. La libertad otorgada a los esclavos y el alegre caos eran una memoria de un tiempo mítico, la Edad de Oro en la cual reinaba Saturno. Estos disfraces en un determinado periodo del año indican una condición a la cual se desea llegar. Los rituales de transgresión son momentos de alegría en cuanto proyección de anhelos del alma, y expresaban la esperanza de conocer algún día otro tipo de felicidad que no sea la del momento: «aquí y ahora». Las máscaras son signo de una diferencia que hay que colmar, de un límite que hay que borrar, y expresan una tensión colectiva hacia lo sagrado. Por eso el hombre romano, dueño de una sabiduría propia de toda sociedad tradicional, quiso y supo integrarlas en el ritmo mismo de la vida de la ciudad, el medio más seguro para controlar después los efectos y limitar las consecuencias.

¿Cuál es el origen de las Saturnalia? Ya era un misterio entonces.
Respecto al origen de las Saturnalia, decía Pretestato, uno de los personajes del homónimo libro de Macrobio, el derecho divino no me autoriza a revelar nociones en relación a la secreta esencia de la Divinidad; puedo exponer sólo la versión mezclada a elementos míticos o difundida por los físicos. En lo que concierne a los orígenes ocultos, provenientes desde la fuente de la pura verdad, esos tampoco se pueden ilustrar durante las ceremonias sagradas; y si se llegan a conocer, tenemos obligación de esconderlos muy bien dentro de nosotros mismos.

Durante estos días, la estatua de Saturno, que estaba durante todo el año atada con una cinta de lana en su templo debajo del Capitolio, se desataba, símbolo de regreso a la Edad de Oro.

¿Por qué estas fiestas eran en diciembre y no a final de febrero un poco antes de la primavera? El antiguo año romano constaba de diez meses (el último, december, eco de un arcaico almanaque de origen ártico, o sea, indoeuropeo).
Los dos meses que faltaban eran la larga noche ártica que llevaba a la luz del nuevo año, en analogía simbólica del pasaje de las aguas, la renovación del cosmos que reactualiza el mito.

Después Numa reforma el almanaque de Rómulo agregando dos meses, enero y febrero; este periodo se sitúa antes del solsticio de invierno.
Por eso Saturno se soltaba de sus lazos y volvía a ser el fundador del cosmos. Esta acción significa, según las leyes de la magia simpática, el desencadenamiento de la fuerza en el tiempo sagrado, que cada año este dios otorga a la comunidad durante su fiesta.

Renovando así el año, Saturno se ata otra vez y el rex saturnaliorum (el rey de las Saturnalia) se mata, porque la Edad de Oro solamente se puede restaurar al final de este ciclo cósmico, cuando el misterioso dios aparezca para conducirnos a este nuevo ciclo.

Solsticio de invierno
En el almanaque romano, el 25 de diciembre figuraba como natus invicti, es decir, nacimiento del Invicto o Sol Invicto, culto instaurado desde hace mucho tiempo en Roma gracias a la identificación entre Apolo y Helios y al propagarse la religión mitraica en las legiones romanas.

El Sol es una hipóstasis y epifanía de Dios que crea y gobierna el Cosmos. Él, que navega un barco, muestra su dominio sobre el Cosmos. El piloto usa el timón del barco como el Sol usa el timón del Cosmos, y como él dirige todo desde la proa dando con un liviano toque el inicio del curso.
El emperador Adriano decretó el nacimiento del Sol invicto el 25 de diciembre, algunos días después del solsticio de invierno. Se celebraban ceremonias y juegos y treinta carreras de carros en relación al sol visible que sobre su carro cada día lleva luz al mundo.

Año nuevo
La tradición del Año Nuevo ya estaba consolidada al comienzo del Imperio Romano. Ovidio (Fastos) imagina que el 1º de enero Jano apareció explicándole las costumbres del día. Enero -Ianurius- era consagrado al dios Jano, el que mira atrás y hacia delante, al final del año terminado y al comienzo del siguiente.

«Jano, dios de todos los inicios», lo llamaba Ovidio, invocándolo: «tú que tienes las dos caras y el año empiezas en silencio, único entre los espíritus que ve detrás». Se representa con dos caras, una de viejo y la otra de joven. Su función era la de pedir los inicios, los umbrales, los pasajes desde un periodo temporal a otro -el periodo entre la paz y la guerra-, los renacimientos iniciáticos, siendo el «Iniciador» por excelencia.

Enero se consagró a él y el sacerdote ofrecía «cebada, sal y una tortilla con
queso, harina, huevos y aceite preparados en el horno».

Era costumbre invitar a amigos e intercambiar un vaso con miel, dátiles e higos: «Que el sabor pueda pasar en las cosas; y el año, dulce como empezó pueda continuar». Además se entregaban ramitos de laurel para augurar fortuna y felicidad. Originalmente el intercambio se hacía el primero de marzo y se sustituían los viejos ramitos de laurel delante de las puertas del Rex sacrorum, de los Flamines mayores, de las Curias y del Templo de Vesta. Estos ramitos están en relación con el simbolismo del árbol cósmico que ofrece su energía al cosmos para la renovación del año.

Se llamaban strenae porque se recogían en un bosque a lo largo de la Vía Sagrada, dedicado a una diosa sabina llamada Strenia, portadora de fortuna y felicidad.

Las Calendas de enero no eran un día de fiestas, se hacía un ritual que Jano había dictado: He consagrado el trabajo al año que ahora empieza, de manera que el año entero no sea ocioso (Ovidio).

Todo el mundo desarrollaba un compendio de sus propios trabajos habituales.
Con esta festividad llegamos a la cola de la serpiente.
Muchas son las imágenes del Tiempo que salen de nuestro corazón. Cada cual que elija la que le sea útil espiritualmente. Todas las ramas conducen al mismo tronco.

Para saber más
Le feste di Roma antica, G. Vaccai
Calendario, A Cattabiani
Mitologia cassica illustrada, F. Ramorino
L´uomo romano, M. Meslin
I giorni del Sacro, F. Cardini
La vita domestica e pubblica dei greci e dei romani, C. Fumagalli
I Fasti, Ovidio
Odissea, Homero
L´antro delle ninfe, Porfirio.


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