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La espiral, símbolo de la vida


Abundante y variado es en la Naturaleza el movimiento de la espiral: el recorrido de las partículas subatómicas ante las colisiones, la disposición de los componentes del ADN, la simple forma de una concha marina o de nuestros ombligos, los pabellones de las orejas, la caída de las hojas de los árboles, la evolución de las corrientes térmicas o de los ciclones, e incluso hay ciertas anguilas en Brasil que con su forma sinuosa y espiraloide, se hicieron famosas en la mitología nativa, además de por sus sorprendentes descargas,

Entre las culturas aztecas, mayas e incas hay divinidades estrechamente relacionadas con dicho símbolo. Es el caso de Tlaloc, el dios de la lluvia, que era representado saliendo de la boca de un gran caracol espiroide; Tepeyollotli, dios de las cavernas, al que se le observaba soplando un cuerno marino; y la conocida figura del dios Quetzalcoatl, estrechamente relacionado con los caracoles marinos, dado que es el dios de la fecundidad y los vientos.

En el mundo actual, tan proclive al sentido lúdico, el ser humano sigue practicando múltiples juegos de esparcimiento, de los cuales suele desconocer su raíz oculta. Ejemplo de ello es el conocido «juego de la Oca», el cual posee una disposición universal y espiralada, y que bien podríamos definir como un «juego de teatralización» de la vida misma.

Nos dicen las viejas tradiciones que la danza llegó a inducir la salida de un estado de conciencia para entrar en otro gracias a su representación mágica en comunión con la Naturaleza y el despliegue de las energías telúricas y celestes durante el cambio de las estaciones, además de escenificar alegóricamente el movimiento de los astros, como sucede, por ejemplo, en el baile del vals.
Entre los indios de Zuni el primer día del año se celebraba con danzas-espirales que aseguraban la permanecía del ser a través de las fluctuaciones del cambio. Para los mayas, el solsticio de invierno era el momento cero de su cosmología
y la espiral el símbolo de dicho instante.

Frente a esta gran abundancia de formas y elementos espiralados en la Naturaleza, tal vez estemos atisbando la respuesta a un gran enigma.
¿Cómo explicaría una teoría lineal de la evolución que el hombre actual aún no sepa realmente cómo se construyeron las pirámides ni sea capaz de emular a sus constructores?

Sería más lógico y justo pensar en un desarrollo evolutivo cuya representación gráfica sea la de una forma espiralada a la vez que ascendente. En ella la Historia, tras alcanzar períodos de máxima culminación y apogeo, descendería nuevamente retornando a un punto inferior. Seguidamente ascendería de nuevo, hasta una altura evolutiva más elevada que el punto del cual partió. Estamos entonces ante una evolución histórica que tal vez no sea simplemente lineal, sino espiralada.

Nuestro punto de partida es un símbolo: la espiral. En la tradición hindú está relacionada con el día y la noche de Brahma: El manvántara y el Pralaya. Se trata de fases correspondientes al ciclo de la existencia. El Universo «despierta» y «duerme» cíclicamente, aunque estas fases nos sean imperceptibles, por transcurrir nuestra vida dentro de micropartículas de una de ellas.

En el Hinduísmo la espiral está simbolizada en la tríada de las deidades, Brahma, Vishu y Shiva, Vhisnu es el Cosmos, la suprema armonía de los dos opuestos evolutivos. Brahma es el supremo creador, y Shiva es la destrucción de las formas gastadas, que devora las cosas. Vishnu, surgiendo del mar de leche primordial y navegando en la serpiente Ananta de mil cabezas conserva las cosas en su óptimo nivel expansivo.

La representación de la Venus de Milo girando sobre sí misma en forma de espiral, con su parte superior desnuda y la inferior cubierta, como si surgiera hacia arriba abandonando las ropas, de alguna manera es un símbolo del alma que abandona los ropajes de la materia. Y en las representaciones de los antiguos Misterios, el símbolo de la serpiente envuelve el cuerpo del candidato a la Iniciación, cuyo espíritu va despojándose sucesivamente de sus pieles más groseras (como se puede ver en Zurban-Akarana o Mitra romano, Museo de Mérida). Entonces la espiral representa algo más que el ciclo, y se torna la curva del tercer grado que los matemáticos llaman «epicicloide».

Otra típica representación con ofidios con relación a la espiral es la conocida figura del caduceo relacionada con el dios griego Hermes y vinculado hoy a la Medicina. El caduceo surge del mito que narra cómo dos serpientes peleaban alrededor de una vara avellano. Tras ser tocadas por Hermes, abandonaron su lucha y con su aliento hicieron florecer una bellota en lo alto de la vara.
El viejo símbolo oriental del yin y el yang es también una forma de espiral como figura perfecta que carece de principio y fin. Todo surgiría de Dios y se expandiría dando origen a la dualidad y a la multiplicidad de la manifestación para recogerse de nuevo en la divinidad tras la culminación del proceso.

Para numerosos pueblos de África negra la espiral simboliza la dinámica de la vida, el movimiento de las almas en la Creación. El glifo solar de las tribus de los Dogón y los Banbara es a este respecto altamente revelador. Está hecho de una vasija de barro rodeada por una espiral de cobre rojo que le da tres vueltas. Ésta simboliza el verbo original, la primera palabra del dios Amma, la semilla de la divinidad.

Es en la mitología griega donde del huevo de Leda, engendrado por Zeus bajo la forma de cisne, salen los Dióscuros, Cástor y Pólux, ambos en correspondencia simbólica con la doble espiral, dado que nacieron de un huevo de dos yemas que simbolizan, además de las fuerzas conocidas de expansión y recogimiento, la división entre lo mortal y lo inmortal. Cualquiera de nosotros, puede verse como mortal o «inmortal», dependiendo de nuestro estado de conciencia.

Entre los pueblos germanos, una espiral rodea el ojo de la figura del caballo, el cual, subido sobre un carro de naturaleza solar, simboliza la fuente de toda luz.
La espiral también esta relacionada en Oriente con la forma circular del Dragón indicando que el Universo no posee principio ni fin.

En la tradición alquímica el símbolo del Dragón viene asociado al origen de todas las cosas y también preside su final, de acuerdo con la visión cíclica del Universo, idea que reaparece en India acerca de los ciclos de renacimientos, de la Rueda Eterna del Samsara o Rueda de la Existencia o Destino. El mundo alquímico evoca el método que debe conducir hacia el Despertar: «si quieres aprender, olvida todo lo que sabes, descompón el Todo y redúcelo a sus elementos más simples».

También ha sido utilizada la forma espiral para esquematizar el símbolo del laberinto. Éste nos abre una puerta hacia una dimensión interior. Recordemos tan solo el caso egipcio del Laberinto en Abydos llamado «el caracol». Era un templo circular en cuyos pasillos se celebraban las ceremonias relativas a los antiguos Misterios y a la evolución del neófito, como se hacía también en Newgrange, Irlanda, donde había una gran piedra en la entrada con el símbolo de la espiral.

Una pirámide en realidad no es otra cosa que una espiral logarítmica materializada en piedra. Ella es la evolución de la forma en caracol del zigurat y de la pirámide escalonada. Esta relación pirámide-espiral ya fue comentada por H.P. Blavatsky, que afirmó que estas construcciones no son meras resultantes de un dictamen caprichoso, sino que obedecen a determinados cálculos orientados al servicio de una numerología sagrada. La forma piramidal contiene en su seno el movimiento de torbellino ascendente de las ondas energéticas que ascienden hasta el vértice de la pirámide.

El hecho de vivir nuestro tiempo aferrados a un concepto lineal basado en un principio y final enigmáticos e incomprensibles, y carentes por completo de la idea de ciclicidad, crea una abundante serie de patologías psicotemporales: ansiedad, estrés, angustias, depresión.

Deberíamos afrontar nuestra vida con un ángulo más «espiralado» en vez de hacerlo siempre con golpes rectos, bruscos y secos.

Como la vida misma enseña, hemos de adentrarnos en ella por niveles o capas, como si la espiral de la broca fuera una gran escalera y a cada peldaño rebasado hubiéramos comprendido algo más de ese misterio de la Vida y de nosotros mismos.

Bibliografía
La Gran Tríada. René Guénon. Ed. Obelisco.
El Maestro interior. Karlfried Graf Durckeheim. Ed. Mensajero.
Las pistas de Nazca. Simone Waisbard. Ed. Plaza & Janés.
Diccionario de los símbolos. Juan Eduardo Cirlot. Ed. Labor.
El huracán. Fernando Ortiz. Ed. Fondo de Cultura Económica.
Magia, Religión y Ciencia para el Tercer Milenio, Tomos I y II. Jorge A. Livraga. N.A. Ed.
Las Leyes. Platón. Ed. Aguilar.
Imágenes y Símbolos. Mircea Eliade. Ed. Taurus Humanidades.
Los Juegos de Maya. Delia S. Guzmán. N.A. Ed.
Bhagavad Gîta. Annie Bessant. N.A. Ed.
Simbología Arcaica. Mario Roso de Luna. Ed. Pueyo.


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