Nuestra herencia biológica
Paloma de Miguel
En realidad la historia de un ser humano se escribe mucho antes de su nacimiento. Un niño comienza a gestarse generaciones antes de ser físicamente concebido.
Así como el hombre de nuestra época es el producto de su historia biológica, antropológica, histórica, cultural y social, así sucede con cada ser individual que viene al mundo en un momento determinado.
Cuestión de dos
Los antecedentes inmediatos del pequeño son sus padres; esto es obvio. Por parte de ellos habrá una transmisión genética biológica, y aun otra no física, intangible, más sutil, que incidirá en el proceso de su desarrollo y que, a falta de otras palabras mejores, podemos denominar herencia psicológica.
Se trata de un mecanismo complejo, pero efectivo, por el cual un tipo de funcionamiento psíquico, cierta constelación de rasgos de personalidad predominantes en la familia, aunados a deseos, intereses y expectativas de las respectivas familias y de la pareja, se transmiten, precipitan y depositan sobre un pequeño en proceso de llegar a ser un individuo, provocando unos resultados determinados en la constitución de su personalidad y hasta en los posibles problemas psicológicos que en algún momento de su vida pueda, tal vez, llegar a padecer. La herencia psicológica es un vector más que nos ayuda a explicar por qué un niño, y luego un adulto, es como es, y es quien es.
Por lo general, en un momento determinado de sus vidas un hombre y una mujer se escogieron mutuamente, estuvieron de acuerdo en unirse y compartir un mismo espacio físico.
De cualquier forma, la elección de la pareja no es casual. Las investigaciones y la experiencia clínica parecen demostrar este aserto. Y es que el ser humano tiende a repetir ciertos patrones internos en los diferentes vínculos que establece, patrones que contienen en sí mismos sus necesidades más profundas.
La dinámica intrapsíquica humana no tiene nada de simple, y muchas veces, en contra de lo que pudiera pensarse, en los encuentros intrapersonales, en vez de desplegarse vínculos e intercambios que ayuden al crecimiento, se establecen lazos que suponen "más de lo mismo", como si se actualizaran viejos clichés, antiguos e intrínsecos patrones típicos de relación. Es lo que en lenguaje psicoanalítico se conoce con el nombre de transferencia.
Así, si una persona es sumisa y dependiente, en lugar de caminar hacia su autonomía y libertad en una relación paritaria, debido a su desconfianza en sí misma puede escoger una pareja que sea precisamente autoritaria y dominante, frente a la que pueda sentirse segura, protegida, cobijada, contenida.
Y viceversa; una persona que por su propia inseguridad interna necesite confirmar su seguridad en sí mismo y exteriorizarla autoafirmándose y dominando, puede escoger este tipo de pareja ante la que pueda desplegar tales rasgos. Uno y otro se necesitan mutuamente, mas pueden no ser conscientes de la dinámica que les ha unido por debajo de las apariencias. Se trata de un fenómeno que en Psicología se conoce como conclusión, del que existen diversas variedades según los conflictos en juego. Y es que dos rasgos opuestos pero complementarios encajan como la cerradura en la llave.
A su vez, la historia puede volver a repetirse, y como nadie puede transmitir lo que no tiene, es fácil que se dé el caso de que una hija de tal pareja sea a su vez una persona tímida e insegura que de nuevo escoja como compañero a un hombre que tenga, en apariencia, la fortaleza de la que carece. Y así sucesivamente a no ser que por diversas circunstancias en un momento dado se rompa la línea transmisora.
Para ser padre y madre
Para que haya un hijo son necesarios un hombre y una mujer. Para que sea posible el hijo físico se precisa el germen masculino y el femenino. Atender a un niño físicamente puede ser cansado, pero no es complicado. Ciertos conocimientos, dedicación e interés son suficientes. Mas para que un hijo crezca psicológicamente como un ser humano son necesarias, además, una función paterna y una función materna.
Por su salud psíquica y su bienestar, el niño necesita conocer y recibir cuidados de un padre y una madre, que pueden ser proporcionados por sus progenitores, como suele ser lo habitual. También puede ser atendido por parte de figuras sustitutas que encarnen los roles parentales y con las que el pequeño pueda vincularse, establecer identificaciones e ir construyendo su personalidad a raíz de la relación mantenida con ambos. De cualquier modo, el niño necesita sentirse aceptado, respetado y amado para integrar su personalidad, para ser primero un niño razonablemente feliz y posteriormente un adulto sano.
Del dos al tres
Ya en marcha el proceso de la concepción, de nuevo podemos observar la interdependencia factorial que caracteriza cualquier acontecimiento humano, ya que en el transcurso del embarazo hay diversas interrelaciones entre los aspectos físicos, psíquicos y sociales que rodean a la mujer embarazada. Todos estos factores incidirán en el bienestar de la madre, de su pareja, de su familia, y por supuesto del futuro hijo.
Percepción inconsciente del embarazo
Muchas veces es posible una percepción inconsciente del embarazo por parte de la mujer, cosa que puede constatarse en la práctica cotidiana y en el ámbito clínico. Esta percepción también puede darse a menudo en algún otro miembro receptivo de la familia. A veces es la pareja o algún otro hijo el que se da cuenta de esta novedad antes de que haya sido corroborada por algún tipo de prueba.
¿Cómo es posible este tipo de percepciones que pueden parecer inauditas? Por solo mencionar una clave de comprensión, algunos autores han indicado que el embarazo supone una alteración del ciclo hormonal femenino y una readaptación general del organismo al nuevo estado, con lo que es fácil suponer que la mujer pueda captar e interpretar estas señales que proceden de su interior, así como mostrar ciertos cambios en la conducta que puedan ser percibidos por su familia e interpretados consciente o inconscientemente en consonancia.
En ocasiones uno u otro de los miembros de la pareja pueden tener un sueño que anticipe el embarazo. En el caso del futuro padre, dependiendo del vínculo establecido con la mujer, puede reaccionar frente a este hecho presentando algún tipo de sintomatología. Por ejemplo, si todavía conserva acusadas características infantiles y teme verse privado de atención, el niño puede ser parcialmente vivido como un rival que le separa de su compañera. Por eso el futuro padre puede presentarse más afectivo de lo habitual; o a la inversa, mostrar una conducta autoafirmativa que sea una compensación interna de tales sentimientos.
Por su parte, los hijos también pueden reaccionar de diversos modos. No es difícil que niños y niñas ya mayores tengan puntualmente una conducta regresiva y puedan volver a orinarse en la cama, como un modo de identificarse con el pequeño y reclamar así, de nuevo, la atención preferente y los cuidados de la madre como cuando eran pequeñitos.
Por lo general toda situación nueva produce ambivalencia. Por eso en este caso suele darse una reacción polar de aceptación y rechazo del embarazo, de enfrentamiento y evitación de la situación, etc.
Deseo del hijo
Muchas veces hay discrepancia entre los sentimientos conscientes y los profundos. Los primeros suelen estar relacionados con lo que se supone que debe sentirse según las condiciones socioculturales en las que viva el individuo, o con lo que uno cree que es o quiere ser.
En relación con el anuncio del embarazo, es de esperar que la madre reaccione favorablemente, y así puede creerlo y aun manifestarlo. Puede, sin embargo, rechazar al futuro hijo conscientemente, y corresponder este hecho a su deseo profundo, si la persona tiene la suficiente honradez consigo misma como para admitirlo sin censurárselo y sin culpabilizarse. Por supuesto que el caso inverso también es posible, y entonces la gestación suele transcurrir felizmente, sin grandes alteraciones ni problemas emocionales.
Otras veces el hijo es tan sólo supuestamente deseado, y otras aparentemente rechazado. Ambos casos sumen a la mujer en conflicto y originan diversas manifestaciones que podemos llamar sintomáticas.
Ciertos periodos de náuseas en las primeras semanas del embarazo pueden responder a la exteriorización sintomática de este conflicto, correspondiendo a la ambivalencia entre retener o expulsar el embrión, lo que efectivamente puede llevarse a la práctica físicamente a través de un aborto resolutivo de la situación, espontáneo en apariencia, pero que en realidad puede responder a los deseos profundos de la futura madre.
En una mujer con una personalidad relativamente integrada, que haya logrado cierta confianza básica en el mundo, en los demás y en sí misma, y que acepte y se identifique con su rol femenino, el deseo del hijo corresponde al desarrollo de su potencialidad de amar y es una expresión de su capacidad generativa, que supone el placer de crear, de colaborar con la vida produciendo vida.
El embarazo también puede proporcionar un periodo de bienestar al sentirse valiosa, completa y plena. Son las ocasiones en las que imaginariamente se restaura una completud añorada y las anteriores pérdidas, propias de todo proceso vital, parecen mágicamente borradas. Es el momento en que la mujer puede identificarse con su hijo y evocar su propia unión simbiótica con su madre, irrevocablemente perdida a través de su propio parto.
El hijo puede ser deseado también por los futuros anhelos y esperanzas de los que será objeto una vez haya nacido. Puede ser la solución de una familia conflictiva, el nexo de unión de una pareja con problemas, la ocasión por parte de una mujer de comprometer con su pareja o de consolidar un matrimonio, la posibilidad por parte de un hombre de trascenderse a sí mismo y de dar continuidad práctica y garantizar un futuro a sus asuntos, a su apellido, a sus negocios, a sus posesiones... El hijo puede obrar en la intención de los progenitores a modo de reemplazo de otros seres muertos, otros hijos tal vez. Los hijos pueden significar seguridad personal y familiar, mano de obra barata, y un sinfín de motivaciones tanto altruistas como interesadas. Las variantes son infinitas y no siempre el deseo del pequeño corresponde a la generosidad de dar y al anhelo de quererle simplemente por lo que es.
Algunos aspectos de lo materno y lo paterno
El embarazo enfrenta a la mujer con la maternidad. Por eso es normal que aparezcan en ella determinado tipo de ansiedades relacionadas con su cambio de condición, como todas aquellas que se caracterizan por el cuestionamiento personal, el replanteamiento de su vida, el análisis de sus motivaciones previas en relación con sus sentimientos y actos, la reactivación de las vivencias habidas en el vínculo con su propia madre y la reflexión sobre su rol como individuo, mujer, esposa, compañera y madre. Suelen aparecer dudas respecto a su capacidad para asumir la inminente responsabilidad y para aceptar su vida futura con la presencia del pequeño.
Los movimientos socioculturales habidos en Occidente en las últimas décadas, que entre otros planteamientos han afectado a la composición de la familia y a los roles sexuales, han propiciado una toma de posición respecto a la maternidad, de modo que, ya sea por cuestiones ideológicas, por motivos económicos o por diferentes elecciones vitales, el hecho de ser madre en ocasiones ha pasado a tener incluso una consideración negativa hasta por la misma mujer, que ha podido sentir incompatibilidad entre su propia realización personal y profesional y la vida familiar.
Si nos preguntamos desde una perspectiva filosófica, antropológica o social sobre la función femenina en la tradición que conforma el sustrato cultural de un pueblo, veremos que el mito y el cuento muchas veces proporcionan datos de valor a favor de una posible comprensión del contenido implícito del concepto de lo materno.
Éste está relacionado con la vida y con la muerte. Las cosmogonías y las leyendas de la antigüedad nos presentan a la diosa Madre como representante personificada de la Naturaleza y de su capacidad fecunda; regente de los seres vivos, núcleo de transformaciones, matriz de vida, continua vivificadora y generadora, acogedora por igual de todos los seres sea cual sea su idiosincrasia y su papel en la red de la vida. Pero también es la dueña de la muerte, que recoge y disuelve en su seno a todos sus hijos. De ahí la doble consideración que ha propiciado este símbolo, considerado por una parte con veneración y amor y por otra con temor y repulsa.
Vida psíquica fetal
En los últimos años se han realizado una serie de investigaciones encaminadas a estudiar la influencia de ciertos aspectos físicos, psíquicos y sociales en el ser en gestación. Es indudable que la placenta es la vía somática de contacto y de traducción de las vivencias de la madre y del exterior en el pequeño. Pero también es cierto que a medida que se completa el proceso de gestación se hace posible la percepción directa por parte de éste. Así, se ha demostrado que el recién nacido reacciona a la voz de sus padres, porque de algún modo ya está familiarizado con ella.
Estos condicionamientos previos apuntarían a la interacción entre los factores externos e internos que incidirían en la madre en torno a su propia serenidad, transmitiéndola a su vez a su hijo. No se trata ya de circunstancias extremas, como un estado de guerra, por ejemplo, ni un ambiente conflictivo en el seno de la familia, sino en ocasiones algo tan simple como un medio ambiente estable, sin demasiada contaminación auditiva.
Por último, una pregunta que responde al resultado de las investigaciones que nos hablan de que un feto en los últimos meses del embarazo tiene fases REM. Estas fases están tradicionalmente asociadas al periodo de sueños de los humanos y de los animales superiores. ¿Cuáles son las vivencias que permiten que un niño en el interior del claustro materno sueñe? ¿Qué contienen sus sueños? ¿Simples representaciones cenestésicas? ¿Cómo podemos saberlo en alguien que todavía no ha accedido, según suponemos, a percepciones organizadas, y mucho menos al mundo del lenguaje?
¿Dónde están las respuestas?
Información ofrecida por la Asociación Cultural Nueva Acrópolis - Málaga