¿Para cuándo la paz?
Mohamed Chakor
En nuestro mundo injusto, violento, caótico, la paz es una utopía.
A lo largo de 3200 años de historia sólo hemos conocido 300 de paz. Hemos sufrido casi 15.000 guerras que arrojan el escalofriante balance de 3.640 millones de muertos. El siglo XX ha sido el más mortífero debido a las atrocidades de los integrismos laicos.
Ninguna religión está exenta de crímenes y genocidios cometidos en nombre de Dios. Todavía no vemos el fin de las guerras fratricidas en el seno de la gran familia abrahámica. Los dos tercios del medio centenar de contiendas que ensangrientan el planeta actualmente tienen lugar entre judíos, cristianos y musulmanes. Desde hace catorce siglos el Corán, azora III, aleya 64, nos exhorta a la convivencia pacífica: «Di a los judíos y a los cristianos: terminemos nuestras diferencias. Sólo adoramos a un Dios». Estamos ya en el 2000 y me da la impresión de que todavía no se ha captado este mensaje coránico. Seguimos con nuestras orgías de violencia y sangre. El rebrote del tribalismo, fanatismo, neo-nazismo, racismo, xenofobia y prejuicios debería hacernos reflexionar. Dios es misericordioso, pero sus criaturas están lejos de serlo. La cultura de la violencia se dispara. Religión y etnicidad figuran entre sus causas.
Los polítólogos eurocentristas estiman que la tercera guerra mundial no ha empezado. No obstante, el Tercer Mundo padece desde hace décadas cruentas conflagraciones cuyo pavoroso balance supera con creces el de las dos guerras mundiales: Oriente Próximo, Corea, Indochina, Argelia, África subsahariana, Cuerno de África, Sudamérica, Afganistán, los Balcanes, etc. «La guerra Fría fue, en su mayor parte, sólo fría en Europa y Norteamérica. En muchos lugares del mundo en vías de desarrollo fue, de hecho, muy caliente. [...] En primer lugar, la guerra ha sido y continúa siendo práctica para la industria armamentista. Esta industria es económicamente beneficiosa para los países productores de armamento y para los mercaderes de armas. En segundo lugar, existe una industria y un mercado de armas casi autónomo, multinacional y muy lucrativo que mueve desde armas de pequeño calibre hasta grandes sistemas, desde mercados primarios a secundarios y terciarios. Las armas han sido y siguen siendo asequibles para cualquier grupo que disponga de fondos y las busque. Esto nos lleva a la tercera observación, la de que los países y regiones en guerra durante la era de la Guerra Fría, como el Cuerno de África, han sido inundados de armas procedentes de ambas superpotencias. Dicho de forma más cruda, en la Guerra Fría las armas, los préstamos necesarios para financiar la adquisición de las mismas y la ideología procedían del Norte; el Sur aportó su medio ambiente, su población y sus economías nacionales». (1) La doble moral de ciertos Estados, que se jactan de defender los derechos humanos, tiene mucho en común con las mafiocracias. El progreso material contrasta con nuestro retraso moral. Necesitamos una educación que no sólo nos suministre conocimiento sino también cualidades éticas.
¿Podemos considerar una victoria que el hombre haya adquirido capacidad técnica para autodestruirse? La mayor amenaza para nuestra supervivencia es el progreso científico aplicado a la destrucción.
Los amos de este mundo se enorgullecen de su bomba biológica, denominada cínicamente limpia. Acaba sólo con la vida. Deja intactos los bienes y los intereses del Fondo Monetario Internacional, de la Banca mundial y de las multinacionales.
Con premonición, el filósofo británico Bertand Russell, paladín de la paz, en una declaración hecha en 1951 a Ronney Wheeler para «Wisdom», NBC, sentenciaba con claridad meridiana: Si la guerra no es imposible, todo avance científico y técnico se convierte en un adelanto en la tecnología del asesinato en masa y es, por tanto, indeseable. Pero si se alcanzara la paz mundial, ocurriría exactamente lo contrario.
Una economía de paz nos ahorraría los exorbitantes gastos militares. La industria armamentista, los mercaderes de la guerra y organizaciones bélicas (OTAN y otras) necesitan imperiosamente un enemigo aunque sea imaginario. Los estrategas de nuevo cuño estiman que antes el peligro era rojo y amarillo; ahora es verde, color del Islam. Hemos pasado de la Guerra Fría a la paz caliente y a sangrientos conflictos interestatales como el del Cáucaso.
¿Puede haber paz sin justicia? La sociedad de la opulencia, isla de bienestar en medio de un océano de miseria y malestar, es insostenible moralmente. Tarde o temprano la cultura de la pobreza pedirá cuentas a la del despilfarro. El hambre que mata anualmente a 18 millones de personas podría atenuarse con solidaridad y generosidad.
En 1998 el 75% de la producción mundial fue consumido por el 20% de la población privilegiada. «Se calcula que en el mundo hay unos 800 millones de personas condenadas al hambre crónica, mientras que la miseria afecta a las dos terceras partes de la humanidad, es decir, a casi 4.000 millones de personas». (2) Resulta chocante que 225 personas, las más ricas del mundo, tengan una riqueza valorada en un trillón de dólares USA, suma equivalente a los ingresos globales de todos los indigentes del planeta.
En su libro La force du bouddhisme, Jean-Claude Carriére escribe: «A finales del siglo XVII, los países ricos y los países pobres se hallaban en una proporción de desigualdad de 1 a 5. Esa cifra ha pasado a ser, en 1970, de 1 a 800. Y, a final de siglo, la desigualdad era de 2 a 4000». (3) Es obvio que la desigualdad entre el Norte y el Sur se acentuó en los siglos XIX y XX, período que coincide con la última expansión colonial que empobreció al Tercer Mundo.
La renta per cápita anual de un marroquí (1.000 dólares) es 22 veces menos que la de un ciudadano francés. La de un ruandés con 200 dólares es cien veces menos. Esto explica el drama de las pateras en el Estrecho de Gibraltar que engulle, diariamente, a inmigrantes magrebíes y africanos subsaharianos que intentan dejar atrás su inenvidiable situación. El desequilibrio entre las dos orillas de nuestra cuna común que es el Mediterráneo no presagia un risueño futuro. La Unión Europea -de difícil acceso para la única potencia islámica candidata, Turquía- presta ahora más atención a Europa del Este en detrimento de África y América Latina. Mi admirado André Chouraqui, sabio judío de origen magrebí que tradujo magistralmente al francés la Biblia y el Corán, sugiere metafóricamente a los hijos de Abraham: «Alrededor de Jerusalén, nuestras murallas deberían caer, como las de Berlín, como las del Kremlin, y nacer alrededor del Mediterráneo, como antaño en España, una civilización nueva, enraizada en las Escrituras fundadoras y portadoras para la humanidad de flores y de frutos prometidos por los profetas y los apóstoles». (4)
El nuevo orden mundial y la globalización implantarán la hegemonía político-económica de los grandes y la mercantilización de todas las cosas. Alegar que se va a equiparar la calidad de vida de los países industrializados al resto de la humanidad es una falacia. «Según un estudio canadiense, harían falta tres planetas como el nuestro para albergar a toda la población de la Tierra si todos siguiéramos el ritmo de consumo que prevalece hoy en Norteamérica. Los modelos actuales de desarrollo, basados en la explotación desenfrenada de recursos no renovables, amenazan con poner irremediablemente en peligro el desarrollo de las generaciones venideras». (5)
La cultura del consumismo frenético no es nuestra máxima aspiración. Vincular la democracia al mercado es explotar y manipular los instintos hedonistas de los ciudadanos. «La economía islámica, en su principio coránico, no apunta al crecimiento sino al equilibrio». (6) Es la filosofía del igualitarismo.
La legislación de los países en vías de desarrollo reconoce el derecho al trabajo, pero la creación de empleo requiere cuantiosas inversiones de las que carecen. Hoy en día en el mercado mundial hay menos capital del que sería indispensable para satisfacer las necesidades de todo el planeta En esas condiciones el capital funciona de acuerdo con su naturaleza, que es acudir al lugar donde puede conseguir beneficios de manera inmediata. Cuanto más pobre es un país menos beneficios puede garantizar a las inversiones; y de ahí que los pobres, en la práctica, estén condenados a ser pobres para siempre. (7)
Nota 1. Lederach, John Paul, Construyendo la paz. Reconciliación sostenible en sociedades divididas, Gernika Gogoratuz, Bilbao, 1998, pág. 28 y 29.
Nota 2.Kapuscinki, Ryszard, La cultura de la pobreza en el mundo, revista Claves nº 80, Madrid. Marzo 1998, Pág. 2.
Nota 3. Díaz Prieto, Manuel, Otros mundos, magazine dominical del diario alicantino Información, Alicante, 19/12/1999, págs. 204 y 205.
Nota 4. Chouraqui, André, L?histoire des fils d?Abraham est celle d?une longue guerre fratricide, revista francesa Paris Match nº 2171, París, 3/1/1991, pág. 74.
Nota 5. Mayor Zaragoza, Federico, y Bindé, Jerome, Siglo XXI: ¿Un mundo mejor o un mundo feliz? Diario madrileño El país, Madrid, 22-10-99, página de opinión 15.
Nota 6. Garaudy, Roger, Promesses de l?Islam, Éditions du Seuil, París VI, 1981, pág. 64.
Nota 7. Kapuscinki, Ryszard, La cultura de la pobreza en el mundo, revista Claves nº 80, Madrid, marzo 1998, Pág. 4
Información ofrecida por la Asociación Cultural Nueva Acrópolis - Málaga