Sonosfera, el sonido y la música
Vivimos constantemente inmersos en una sonosfera, en un mundo de sonidos que nos acompañan a través de toda nuestra vida y que nos afectan aunque no nos demos cuenta.
Basta pararnos un instante y escuchar: todo canta, todo vibra en la naturaleza. Hay música en los ríos que corren, en las fuentes que manan, en la lluvia que cae, en el rugido de los torrentes, en el movimiento ininterrumpido de los océanos y los mares, en el soplo del viento, en el gorjeo de los pájaros...
¿Qué es la música? ¿Por qué se siente satisfacción ante ella? ¿A qué se debe la necesidad de su existencia, demostrada por el encuentro que tuvieron y tienen con ella todas las civilizaciones y culturas que han habitado la faz de la tierra? Pocas preguntas pueden ser formuladas cuyas respuestas sean tan ambiguas y variadas.
La música es un lenguaje universal, aun en sus más variadas expresiones: canción de cuna, marcha militar, danza regional, melodía popular, himno o sinfonía clásica.
En sus orígenes el concepto de música difería mucho del actual, ya que en la Antigüedad no se concibió como un arte por el arte en sí, como una mera diversión o pasatiempo. La música era un instrumento para comunicarse con los dioses y los espíritus de la naturaleza gracias a su poder mágico e invocador. El arte, y en este caso la música, era un puente de oro a través del que descendían los arquetipos.
Tenemos que remontarnos a Grecia y buscar en los mitos de nuestra cultura, donde encontramos la explicación de su origen divino a través de la presencia de Apolo, el dios de la música, del canto y de la lira, acompañado por las musas, que son su inspiración. Precisamente la palabra música viene de la raíz griega “Mousa”. Las nueve musas, hermanas celestiales que rigen la poesía, la canción, las artes y las ciencias, nacieron de Zeus, el padre de los dioses, y de Mnemosine, la diosa de la memoria. La música, Euterpe, es hija de ambos, y su gracia, belleza y misteriosos poderes están íntimamente conectados con el orden celestial y la memoria de nuestro origen y destino.
EL PODER DE LOS SONIDOS
En Oriente, las campanas, al igual que el sistro dedicado a la diosa Isis en Egipto, sirven supuestamente para atraer a los buenos espíritus y alejar a aquellos que solo moran en los rincones oscuros, porque temen la luz del sol. Las viejas tradiciones han asignado un carácter sagrado a los instrumentos musicales y a los cantos a través de los cuales el hombre se comunica con los dioses. En el IV milenio a.C. la civilización sumeria entablaba diálogo con ellos a través de unos himnos llamados Ersemma. Libros sagrados hindúes y chinos recogen esta tradición, que también podemos observar en el Libro de los salmos de David, incorporado al Antiguo Testamento, y que ha inspirado 2000 años de música sacra judeo-cristiana.
En fragmentos esparcidos por las mitologías de todos los pueblos se relaciona la creación del universo con el sonido primordial. En el Génesis bíblico se utiliza la expresión “Al principio fue el Verbo”. En las tradiciones hindúes, el primer sonido es el sagrado AUM (u OM), sonido trino que refleja la creación, conservación y destrucción del universo manifestado a través de los dioses Brahma, Vishnu y Shiva respectivamente. En las tradiciones nórdicas, los dioses creadores Wotan o Vainamainen conocen el secreto de los signos-palabras mágicas de creación, las runas.
Así como el sonido primordial mantiene el orden y la armonía en los cielos (la música de las esferas a que se refería Pitágoras), el sonido audible, en su forma musical, transmite el reflejo de este orden a nuestro mundo. De ahí la importancia de los mantrams orientales, ya que son evocadores de las fuerzas a las que representan. Cada sonido en el mundo físico despierta un sonido correspondiente en lo invisible y llama a la acción a alguna fuerza del lado oculto de la naturaleza. Por esta razón, por el poder que entrañan los mantrams bien pronunciados, estas enseñanzas siempre fueron especialmente protegidas, y tenían acceso a ellos solo los discípulos más virtuosos.
EFECTO SANADOR
El uso de la música con fines terapéuticos, que llamamos actualmente musicoterapia, no es un invento reciente. Es un hecho bien conocido por los historiadores que pueblos como los sumerios, babilonios o egipcios utilizaron la música no solo en las ceremonias sagradas, sino también en determinados rituales en los que se devolvía al enfermo el equilibrio, mediante ciertas palabras y música creada para la ocasión. En este sentido los chamanes han sido siempre conscientes del enorme poder curativo que posee la música administrada adecuadamente, en especial en afecciones debidas a desarreglos psíquicos.
Históricamente, China se sitúa como iniciadora de este campo. Se sabe que clasificaron los instrumentos musicales en función de su construcción, del material de que estaban hechos y del timbre que emitía cada instrumento. Cada una de estas características determina el tipo de música adecuado a las diferentes enfermedades. También resulta de vital importancia la polaridad yin-yang de las diferentes notas, de tal modo que para cada trastorno se elegían las que por su naturaleza y polaridad corregían el desequilibrio del enfermo.
La concepción psicosomática griega de la enfermedad explica por qué la música desempeña un papel importante en la salud. Se atribuye al filósofo Pitágoras el empleo de la música en pacientes. Los pitagóricos enseñaban que la música era un medio psicohigiénico y terapéutico para alcanzar la armonía entre el cuerpo y el alma, porque en ella se manifiestan simbólica y prácticamente las leyes universales a través de las leyes análogas que la conforman: escala, armonía, proporción de números enteros...
Estos testimonios escritos no son fantasías de hombres de épocas precientíficas, sino lo que nos ha quedado de un conocimiento verdaderamente profundo. ¿Qué sabemos actualmente sobre los efectos de la música? Hemos hecho muchas comprobaciones sobre la influencia benéfica, sanadora o negativa que produce, pero nos faltan las causas, los principios en los que se fundamentaron para llegar a la aplicación. Sabemos que funciona, pero no por qué. Una postura inteligente nos llevaría a continuar profundizando en la búsqueda de esos conocimientos perdidos.
APLICACIONES
La música influye en el comportamiento psicobiológico del hombre y de los animales y plantas. Este hecho no ha pasado desapercibido para nuestra sociedad, dispuesta a explorar cualquier veta provechosa en el campo de la economía. Recordamos algunos famosos experimentos: se ha comprobado que la música estimula la producción de leche en el ganado vacuno y de huevos en las gallinas; y que en los invernaderos preparados con música adecuada las plantas adquieren mejor y más rápido desarrollo. La música de Bach e hindú estimula de manera espectacular el crecimiento de las plantas, y las trepadoras ascendían hasta los altavoces. En el invernadero con música rock las cosas no suceden igual, hay menos flores y al parecer las plantas no crecen tanto. Con la música country se descubrió, sorprendentemente, que las plantas se desarrollaban de modo casi idéntico a las del invernadero en que no se ponía nada de música.
También afecta al hombre. Buena prueba de ello la tenemos en aspectos tan simples y cercanos como el uso que se hace de la música en los grandes centros comerciales. La música ambiental hace circular más lenta y relajadamente a los compradores y los estimula a consumir más de lo necesario. Por el contrario, a la hora de cerrar, una música más animada acelera a las personas invitándolas a que se marchen. En fábricas y empresas de vanguardia se programan repertorios minuciosamente calculados para que aumente el rendimiento y disminuya el cansancio de los trabajadores, especialmente en trabajos mecánicos, que no requieren esfuerzo mental.
La música también afecta a otros niveles del comportamiento humano. En el cine, por ejemplo, una adecuada composición musical puede acentuar distintos estados psicológicos: nos pone en tensión, puede llevarnos al sobresalto, acercarnos al terror, hacernos llorar...
Influye en la respiración: una respiración más profunda y de ritmo más lento es óptima para controlar las emociones y favorece la calma y el pensamiento profundo. La respiración superficial y rápida puede inducir a una forma de pensar dispersa, comportamientos impulsivos, tendencia a cometer errores y a sufrir accidentes. La música rápida y a alto volumen provoca una respiración superficial y rápida. Escuchando música de sonidos prolongados y lentos favorecemos la respiración lenta y profunda: el canto gregoriano y la música ambiental suelen producir este efecto.
Cambia nuestra percepción del espacio: se ha demostrado que la música puede mejorar la capacidad del cerebro para percibir el mundo físico y puede influir en el modo en que percibimos el espacio que nos rodea. La música lenta contiene más espacio entre sonidos que la rápida. Si estamos presionados por el tiempo, atrapados en medio de un atasco de la carretera o de una u otra manera nos sentimos encerrados, la música de cámara de Mozart puede darnos la sensación de mayor espacio, como si los límites físicos de un habitáculo se expandieran.
Cambia nuestra concepción del tiempo: podemos elegir música para bajar nuestro ritmo o para acelerarnos. Cuando hacemos ejercicio, la música puede aumentar nuestra vitalidad. La música viva, repetitiva y marchosa acelera el paso. La música clásica y barroca induce a un comportamiento más ordenado.
Refuerza la memoria y el aprendizaje. Tener una música de fondo liviana, de ritmo sencillo (Mozart, Vivaldi), ayuda a muchas personas a concentrarse durante períodos más largos. Escuchar música barroca mientras se estudia aumenta la capacidad de memorizar. Un estudio descubrió que la educación musical mejora el aprendizaje de las lenguas extranjeras y las matemáticas, y el rendimiento académico en general, ya que aumenta la creatividad y las habilidades sociales y mejora la propia estima del alumno y el desarrollo psicomotriz. Esto llevó a la conclusión de que eliminar la educación musical de la enseñanza básica es un error.
Es evidente que la música nos influye de muy diversas maneras. Tampoco se nos debe escapar que se ha convertido en el idioma común del mundo moderno. Actualmente la gente gasta más dinero, tiempo y energía en música que en libros, películas o deportes. Los ídolos más populares de nuestra era son los cantantes o grupos de música. Además de la adicción generalizada de jóvenes y no tan jóvenes a los conciertos, discos compactos, equipos de música, televisión y vídeos, las comunicaciones diarias y el comercio se apoyan principalmente en el uso de modelos musicales. Por eso, deberíamos prestar cada vez más atención a lo que escuchamos.
LOS COMPONENTES DE LA MÚSICA
El ritmo incide en nuestra naturaleza física, dado que es movimiento proporcional y repetitivo a intervalos determinados. El rítmico batir de los tambores o el ritmo de una música bailable afecta a las pulsaciones del corazón, produciendo efectos emocionales. La música moderna, excesivamente rítmica, afecta al sistema motor y a los nervios sensoriales, que se embotan con formas modernas de expresión.
La melodía afecta a nuestra naturaleza emocional. Las melodías que expresan las canciones populares reflejan las alegrías, pesares y esperanzas de la gente de un país. Al respecto podemos rescatar una vieja enseñanza de Confucio: la música surge del corazón humano. Cuando son tocadas las emociones, estas se expresan en sonidos, y cuando los sonidos toman formas definidas, tenemos la música. De esta manera la música de un país pacífico y próspero es tranquila y alegre y el gobierno ordenado. La música de un país agitado revela descontento y cólera. La música de un país en decadencia revela pena y nostalgia del pasado, y el pueblo está angustiado. Música y gobierno están directamente vinculados entre sí.
La armonía apela a nuestra naturaleza mental y emocional en sus más elevadas expresiones. Un claro ejemplo de música fundamentada en la armonía es la música clásica, cuya influencia recrea los más delicados sentimientos que conectan con ideas de unión, fraternidad y entendimiento. Es por ello por lo que este tipo de música es fundamental para la educación.
Platón, en La República, explica que hay tonalidades y armonías negativas, desfavorables, porque ablandan el carácter, llevan a la molicie, la embriaguez y la indolencia, alimentan la melancolía, el desánimo, el temor, la inseguridad, la tendencia a la inercia y el miedo al fracaso. Por el contrario, recomienda aquellas melodías que dan fuerza y conducen a la sabiduría y la moderación, elevan el corazón preparándolo para las grandes empresas, seguro de sí mismo, feliz, activo y sereno. No cabe duda de que Platón sabía que la música puede ser un medio extraordinario para transformar, ennoblecer y perfeccionar al ser humano.
Los pitagóricos enseñaban que el hombre debe aprender a descubrir las leyes de la armonía universal y restablecerlas en su propio ser. Si consideramos al ser humano como un compuesto de cuerpo, emociones y mente, simbólicamente expresado, supone un delicado instrumento de varias cuerdas que deben estar siempre afinadas para colaborar activamente en el gran concierto de la vida.
David Díez Thale
Información ofrecida por la Asociación Cultural Nueva Acrópolis - Málaga