Uno de los grandes misterios de ese tiempo oscuro que llamamos Prehistoria es el de las construcciones megalíticas, muy abundantes en nuestra provincia.
Al noreste de la ciudad de Antequera se encuentra uno de los mejores y más conocidos exponentes del megalitismo español, el conjunto dolménico de Menga, Viera y el Romeral.
En menos de tres kilómetros se nos representan tres tipos de dólmenes: de galería el dolmen de Menga, de corredor el de Viera, y de falsa cúpula o toloi el del Romeral. Esta concentración es señal inequívoca de la importancia y sacralidad que esta tierra debió tener durante el extenso tiempo que debió mediar entre la construcción del más antiguo, tosco y ciclópeo que es Menga, y la del más moderno y refinado, de influencia oriental, que es el Romeral.
El dolmen de Menga es un dolmen de galería cubierta y planta casi rectangular. La zona considerada como “cámara sepulcral”, al fondo, está compuesta por 7 ortostatos a cada lado y uno al fondo. El conjunto se cubre con cinco enormes losas, siendo la última la más grande, de unos 6 m de longitud por 7 de lado, y un peso aproximado de unas 180 toneladas. Estas losas del techos son tan enormes que se pusieron tres pilares de sección cuadrada centrales como apoyo complementario. Está cubierto, como los otros dos monumentos antequeranos, por un túmulo de tierra. Es uno de los dólmenes más espectaculares de la península Ibérica y, probablemente, de toda Europa.
Tallados en la roca de la entrada se encuentran unos enigmáticos símbolos ideomorfos, que se han encontrado también en diversas cuevas de la Península Ibérica.
El de Viera, a unos 70 m de Menga, es un dolmen de corredor. Presenta tres puertas que diferencian un pasillo, un corredor y una cámara final. Las puertas que limitan el corredor son dos piedras agujereadas de medio metro de grosor. Al final se encuentra la llamada cámara sepulcral, de base cuadrada y factoría similar a la del corredor, si bien las piedras son de mayor tamaño.
El Romeral es un monumento que se aleja un poco del tipo “dolmen”, pues está constituido por piedras de menor tamaño, muy parecido al de Viera en cuanto al pasillo y la cámara final, que en el de El Romeral se continúa con otra cámara menor. Dicha cámara final es de base circular y techo en falsa bóveda, muy similar a los templos micénicos. La falsa bóveda está constituida por una superposición de piedras en capas sucesivas que sobresalen hasta casi cerrar el techo, cuyo agujero final tapa un megalito.
¿Qué pueblos fueron los constructores de estas magníficas obras? ¿Qué técnicas pudieron emplear?
Los arqueólogos se imaginan un pueblo del tiempo llamado Calcolítico, entre el 3.000 y el 2.000 a.C. Un pueblo primitivo que viviría de la agricultura y la ganadería, con una organización tribal y bárbara. Sin embargo, en la construcción de éstos monumentos, sobre todo en el dolmen de Menga, el más antiguo, además de las rudimentarias herramientas de piedra y bronce, necesitarían un buen conocimiento de la palanca, suponiendo que las losas mayores, de hasta 180 toneladas, pudiesen ser transportadas y levantas con los dichos medios.
También haría falta una densidad de población y organización social muy superior a la de una simple aldea o tribu aislada. Con una jerarquía claramente establecida. Y sobre todo, una idea fuerte y poderosa, capaz de movilizar tanto esfuerzo y dedicación en una obra de duración milenaria.
¿Qué impulsó a aquellos hombres primitivos a construir tales maravillas concentradas en un espacio tan reducido?
A pesar de las explicaciones de los arqueólogos, las llamadas “cámaras funerarias” no tienen rastros de esqueletos humanos que las puedan identificar como tumbas. En la cueva de Menga sólo se han encontrado dos hachas de piedra pulida, y en las de Viera y el Romeral se han encontrado algunos útiles de sílex y hueso, y algún resto de cerámica. Se alude a la cantidad de tiempo que han estado expuestos a la expoliación, pero, ¿acaso a los rústicos campesinos medievales o modernos podría interesarles tanto el asunto como para robar también los esqueletos?
Fuesen construidos por esforzados aldeanos hace 5.800 a 4.500 años o por alguna enigmática civilización desconocida de la misma o mayor antigüedad, lo que podemos percibir en estos templos prehistóricos, si nos ponemos en el estado de conciencia adecuado, es un sentimiento de respeto, asombro y admiración, al sentirnos dentro de un misterio.